Para cumplir con la meta del Acuerdo de París (COP 21), de que la temperatura a fines de siglo se mantenga bajo 1,5°C (medido respecto de la era pre industrial), no es suficiente transitar desde los combustibles fósiles a formas de energía que no emitan CO2. Lo que realmente marcará una diferencia, será el  desarrollo de tecnologías capaces de succionar el CO2 desde la atmósfera, las que deberían estar funcionando a más tardar en 2030.

La realidad es que las actuales tecnologías desarrolladas para capturar el CO2 emitido desde las centrales termoeléctricas y almacenarlo subterráneamente (CCS por siglas en inglés), no han sido del todo exitosas, e incluso, no están comercialmente disponibles.

Entre las ideas para lograr este objetivo, se cuenta la producción masiva de biomasa, que sería usada como combustible en centrales para, posteriormente, capturar (en chimenea) el CO2 y enterrarlo, con lo cual se evita que este gas vuelva a la atmósfera. Otra alternativa es considerar producir biomasa, y luego enterrarla directamente (BECCS, por sus siglas en inglés).

Sin embargo, el potenciamiento de la biomasa para combatir el calentamiento en la Tierra está siendo cuestionado, ante temores de que pueda provocar deforestación, como también a la competencia por suelos para la producción de alimentos.

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