Por más de veinte años, Alemania ha sido el principal promotor de las energías renovables no convencionales (ERNC), principalmente la biomasa, el viento y la energía solar fotovoltaica (FV).
El país europeo apostó que a la fuerte inversión inicial en ERNC le seguiría la natural maduración tecnológica, lo cual haría de éstas una fuente competitiva ante la energía generada con combustibles fósiles, y finalmente la sustituiría. Así, Alemania se libraría de la molesta y costosa volatilidad de precios de los combustibles fósiles y contribuiría a mitigar emisiones de CO2 y combatir el cambio climático.
Con esta motivación, desde el año 2000, Alemania ha gastado más de USD222.000 millones en subsidios que promocionaron el desarrollo de la industria de centrales eólicas y solares FV. Sin embargo, y a pesar de que hoy cerca del 33% de la generación de electricidad en ese país proviene de fuentes renovables, los resultados han sido un tanto distintos a los esperados.
Esto se debe a que las emisiones de CO2 no han bajado como se pensaba, estancándose a los niveles de 2009, e incluso, aumentando durante el 2016, debido a que las centrales a carbón han debido reemplazar la generación de las centrales nucleares, retiradas de ese mercado. Asimismo, la cuenta de electricidad se ha duplicado y, lo que es peor, Alemania tampoco logró desarrollar su industria de energías renovables; de hecho, la industria solar alemana ha sido arrasada por los bajos precios de los paneles solares FV provenientes de China.
Estos magros resultados han llevado, consecuentemente, a un replanteamiento de los subsidios y de las políticas de fomento a las ERNC.