Un im­pues­to chi­leno a las emi­sio­nes de CO2 tiene sen­ti­do so­la­men­te si el mundo acuer­da una po­lí­ti­ca cli­má­ti­ca vin­cu­lan­te de re­duc­ción de emi­sio­nes de gases de efec­to in­ver­na­de­ro.

 


 


 

El cam­bio cli­má­ti­co es tema re­cu­rren­te de la dis­cu­sión sobre po­lí­ti­cas ener­gé­ti­cas y no son pocos los que abo­gan para que Chile asuma un rol mun­dial pro­ta­gó­ni­co o in­clu­so de li­de­raz­go. Qui­zás sea por eso que el pro­yec­to de re­for­ma tri­bu­ta­ria de la pre­si­den­ta Ba­che­let in­clu­ye un im­pues­to de USD5 a la to­ne­la­da emi­ti­da de CO2. En ésta, la pri­me­ra de tres Bre­ves sobre im­pues­tos am­bien­ta­les, ex­pli­ca­mos en qué con­sis­te el cam­bio cli­má­ti­co y cuál es su ori­gen. Tam­bién ar­gu­men­ta­mos que la po­lí­ti­ca que le con­vie­ne a un país pe­que­ño y en desa­rro­llo como Chile de­pen­de de si el resto del mundo al­can­za o no un acuer­do vin­cu­lan­te para con­tro­lar las emi­sio­nes de gases de efec­to in­ver­na­de­ro.

 

El ori­gen y los res­pon­sa­bles del cam­bio cli­má­ti­co

 

Según el In­ter­go­vern­men­tal Panel on Cli­ma­te Chan­ge (IPCC)1 la causa del cam­bio cli­má­ti­co (CC) es el in­cre­men­to sos­te­ni­do de la tem­pe­ra­tu­ra de la su­per­fi­cie del pla­ne­ta, del cual pa­re­ce haber bas­tan­te evi­den­cia. A su vez, en su úl­ti­mo in­for­me de 2013 el IPCC se­ña­la con más de un 95% de con­fia­bi­li­dad que el in­cre­men­to de la tem­pe­ra­tu­ra del pla­ne­ta es cau­sa­do por las emi­sio­nes de hu­ma­nos de gases de efec­to in­ver­na­de­ro (GEI)2. Los GEI per­ma­ne­cen en la at­mós­fe­ra desde al­gu­nos días hasta si­glos y son los res­pon­sa­bles del ca­len­ta­mien­to na­tu­ral de la su­per­fi­cie de la Tie­rra, lo que per­mi­te que ten­ga­mos en pro­me­dio unos agra­da­bles 15°C y no ─20°C. En sus es­tu­dios el IPCC se­ña­la que la can­ti­dad de GEI acu­mu­la­da en la at­mós­fe­ra au­men­tó prin­ci­pal­men­te por el uso ma­si­vo de com­bus­ti­bles fó­si­les, el car­bón, el pe­tró­leo y el gas na­tu­ral. En efec­to, la com­bus­tión de estos hi­dro­car­bu­ros arro­ja a la at­mós­fe­ra car­bono (C) en la forma de dió­xi­do de car­bono (CO2)3. Por eso, no es sor­pren­den­te que los Es­ta­dos Uni­dos, Japón, y los paí­ses de Eu­ro­pa sean los prin­ci­pa­les res­pon­sa­bles del pro­ble­ma.

La ac­tual ge­ne­ra­ción de­be­rá in­cu­rrir en un mayor costo con el fin de ali­viar a las ge­ne­ra­cio­nes fu­tu­ras de los cos­tos del cam­bio cli­má­ti­co.

De con­ti­nuar emi­tién­do­se car­bono a una tasa igual o su­pe­rior a la ac­tual, el peor de los es­ce­na­rios eva­lua­dos en el V in­for­me del IPCC de 2013 (es­ce­na­rio RCP8.5, para el pe­río­do 2081-2100) arro­ja que la tem­pe­ra­tu­ra pro­me­dio de la tie­rra po­dría au­men­tar entre 3,21 y 5,41°C (pro­me­dio de 4,31°C ) por en­ci­ma de la tem­pe­ra­tu­ra pro­me­dio me­di­da entre 1850 y 1900. Se es­ti­ma que las tem­pe­ra­tu­ras más altas al­te­ra­rán drás­ti­ca­men­te el clima del pla­ne­ta afec­tan­do las tem­pe­ra­tu­ras ex­tre­mas, los pa­tro­nes de llu­vias, el cauce de los ríos, el de­rre­ti­mien­to de los hie­los y la dis­po­ni­bi­li­dad de agua. Du­ran­te los pró­xi­mos cien años los cos­tos eco­nó­mi­cos se­rían im­por­tan­tes o in­clu­so ca­tas­tró­fi­cos. De ahí la im­por­tan­cia de que la ac­tual ge­ne­ra­ción dis­mi­nu­ya las emi­sio­nes de car­bono, y pre­fie­ra el uso de fuen­tes de ener­gía de bajas emi­sio­nes de car­bono, por ejem­plo fuen­tes re­no­va­bles, ener­gía nu­clear o cam­bio a gas. Sin em­bar­go, las al­ter­na­ti­vas menos in­ten­si­vas en emi­sio­nes de car­bono son en ge­ne­ral más caras que las tec­no­lo­gías ba­sa­das en com­bus­ti­bles, de ahí que la ac­tual ge­ne­ra­ción de­be­rá in­cu­rrir en un mayor costo con el fin de ali­viar a las ge­ne­ra­cio­nes fu­tu­ras de los cos­tos del cam­bio cli­má­ti­co.

 

La aris­ta ética: ¿cómo re­par­tir el costo?

 

Una aris­ta muy im­por­tan­te del cam­bio cli­má­ti­co es que la ac­tual ge­ne­ra­ción de­be­rá de­ci­dir cuán­to sa­cri­fi­car para be­ne­fi­ciar a las ge­ne­ra­cio­nes fu­tu­ras. La in­ten­si­dad de esta dis­po­si­ción al sa­cri­fi­cio se suele medir con la tasa de pre­fe­ren­cia in­ter­tem­po­ral: una tasa baja o cer­ca­na a cero im­pli­ca que las ge­ne­ra­cio­nes fu­tu­ras nos im­por­tan mucho y lo con­tra­rio si la tasa es alta.

Al mismo tiem­po, y una vez de­ci­di­do el sa­cri­fi­cio, el mundo tiene que de­ci­dir cómo re­par­tir el costo de re­du­cir las emi­sio­nes de GEI entre los dis­tin­tos paí­ses. El cri­te­rio con el que se re­par­te el costo de mi­ti­gar car­bono es muy im­por­tan­te. Por ejem­plo, si es uni­for­me, es decir, cada uno de los 6.000 mi­llo­nes de ha­bi­tan­tes del mundo asume la misma res­pon­sa­bi­li­dad, en­ton­ces cada in­di­vi­duo de­be­ría pagar 1/(6.000 mi­llo­nes) del costo de mi­ti­gar una to­ne­la­da de car­bono. Al otro ex­tre­mo, si un in­di­vi­duo de­ci­de mi­ti­gar por su cuen­ta sin acuer­do del resto del mundo, asu­mi­rá el costo total de la mi­ti­ga­ción de la to­ne­la­da de car­bono, y el resto de los ha­bi­tan­tes se be­ne­fi­cia­rá sin haber in­cu­rri­do en costo al­guno. Es decir, la per­so­na que mi­ti­gó habrá ge­ne­ro­sa­men­te sub­si­dia­do al resto del mundo.

 

Chile no es un país del Anexo 1 y, por eso, en el marco de la UNFCCC no tiene obli­ga­cio­nes vin­cu­lan­tes de mi­ti­ga­ción de GEI.

 

Mu­chos ar­gu­men­tan que la uni­for­mi­dad no es un cri­te­rio justo para re­par­tir el costo por­que, es­ti­man, de­be­ría ser pa­ga­do en pro­por­ción ma­yo­ri­ta­ria por los paí­ses desa­rro­lla­dos, be­ne­fi­cia­rios de la in­dus­tria­li­za­ción res­pon­sa­ble de buena parte de la acu­mu­la­ción de GEI en la at­mós­fe­ra. El prin­ci­pio de res­pon­sa­bi­li­da­des co­mu­nes pero di­fe­ren­cia­das fue re­co­no­ci­do en la Cum­bre de la Tie­rra de 1992 que dio ori­gen a la Con­ven­ción marco de las Na­cio­nes Uni­das sobre el cam­bio cli­má­ti­co (UNFCCC por sus si­glas en in­gles), sobre la cual se cons­tru­ye el acuer­do de Kioto en 1997 y las pos­te­rio­res Con­fe­ren­cias de las par­tes (COP por su sigla en in­glés). El acuer­do fuer­za a re­du­cir emi­sio­nes sólo a los paí­ses “paí­ses Anexo 1”, la ma­yo­ría de la Unión Eu­ro­pea. De este modo, son los paí­ses desa­rro­lla­dos, los prin­ci­pa­les cau­san­tes y be­ne­fi­cia­rios del cam­bio cli­má­ti­co, quie­nes deben asu­mir buena parte del costo de evi­tar­lo. Esto ex­pli­ca la dispu­ta entre paí­ses ricos y en desa­rro­llo, y por qué a más de 20 años de la Cum­bre de la Tie­rra, aún no exis­ta un acuer­do vin­cu­lan­te de mi­ti­ga­ción que in­vo­lu­cre a los prin­ci­pa­les emi­so­res de car­bono, los Es­ta­dos Uni­dos, China, la India y la Unión Eu­ro­pea.

Chile no es un país del Anexo 1 y, por eso, en el marco de la UNFCCC no tiene obli­ga­cio­nes vin­cu­lan­tes de mi­ti­ga­ción de GEI. Por lo mismo, su rol sólo de­be­ría ser ce­ñir­se a se­guir los acuer­dos glo­ba­les que se tomen en las Na­cio­nes Uni­das, no ade­lan­tar­se a ellos. Más ge­ne­ral­men­te, por cada to­ne­la­da de car­bono que se mi­ti­gue en nues­tro país, un chi­leno, de­be­ría estar dis­pues­to a pagar, a lo más, una frac­ción del costo, que en el caso de asu­mir un cri­te­rio de uni­for­mi­dad no de­be­ría ser su­pe­rior a 1/(6.000 mi­llo­nes) del costo total; y, bajo el prin­ci­pio de res­pon­sa­bi­li­da­des co­mu­nes pero di­fe­ren­cia­das, la dis­po­si­ción a asu­mir cos­tos de­be­ría ser aun menor. Nó­te­se que, por lo demás, cada chi­leno emite 4,42 to­ne­la­das de CO2 al año, muy pa­re­ci­do al pro­me­dio mun­dial de 4,5 to­ne­la­das/per­so­na al año. Estos datos con­tras­tan con las emi­sio­nes de 7 to­ne­la­das/per­so­na en Eu­ro­pa y de 17 to­ne­la­das/per­so­na en los Es­ta­dos Uni­dos.

 

La Eco­no­mía del cam­bio cli­má­ti­co: el ba­lan­ce entre cos­tos pre­sen­tes y fu­tu­ros

 

La pre­sen­te ge­ne­ra­ción de­be­rá afron­tar los cos­tos de aba­tir o mi­ti­gar car­bono, prin­ci­pal­men­te a tra­vés del uso de tec­no­lo­gías que emi­ten menos car­bono, la así lla­ma­da “po­lí­ti­ca de mi­ti­ga­ción”.

 

¿En cuán­to se deben re­du­cir las emi­sio­nes mun­dia­les de car­bono ahora? Una de­ci­sión ra­cio­nal y efi­caz ba­lan­cea los cos­tos de aba­tir o mi­ti­gar emi­sio­nes de car­bono, los que en gran me­di­da serán pa­ga­dos por la pre­sen­te ge­ne­ra­ción; con­tra el be­ne­fi­cio de evi­tar­le los cos­tos del cam­bio cli­má­ti­co a las ge­ne­ra­cio­nes fu­tu­ras. Por­que el mundo en­fren­ta una serie de desa­fíos pre­sen­tes cuya so­lu­ción de­man­da re­cur­sos, es ne­ce­sa­rio es­ti­mar cos­tos y be­ne­fi­cios. La pre­sen­te ge­ne­ra­ción de­be­rá afron­tar los cos­tos de aba­tir o mi­ti­gar car­bono, prin­ci­pal­men­te a tra­vés del uso de tec­no­lo­gías que emi­ten menos car­bono, la así lla­ma­da “po­lí­ti­ca de mi­ti­ga­ción”. El be­ne­fi­cio lo re­ci­bi­rán las fu­tu­ras ge­ne­ra­cio­nes por­que los im­pac­tos del cam­bio cli­má­ti­co serán me­no­res. Ri­chard Tol co­men­ta que los im­pac­tos del cam­bio cli­má­ti­co in­clu­yen: el in­cre­men­to del nivel de los océa­nos; el daño a la agri­cul­tu­ra; el es­trés hu­mano por altas o bajas tem­pe­ra­tu­ras; la ma­la­ria, los ci­clo­nes tro­pi­ca­les, las tor­men­tas; los cam­bios en los afluen­tes de los ríos y eco­sis­te­mas des­con­tro­la­dos.El daño es ex­pre­sa­do en cam­bios en la tasa de mor­ta­li­dad y en la mi­gra­ción de po­bla­cio­nes hu­ma­nas. Un pro­gra­ma compu­tacio­nal de op­ti­mi­za­ción, o mo­de­lo de eva­lua­ción in­te­gra­da (IAM por sus si­glas en in­glés) 4, di­vi­de el pro­ble­ma en eta­pas de 10 a 15 años y cal­cu­la la po­lí­ti­ca óp­ti­ma de mi­ti­ga­ción mun­dial para un ob­je­ti­vo de borde, por ejem­plo, la re­co­men­da­ción del IPCC de que el in­cre­men­to en la tem­pe­ra­tu­ra pro­me­dio a fines de siglo no su­pere los 2°C.

 

Se puede de­mos­trar que la po­lí­ti­ca óp­ti­ma de mi­ti­ga­ción igua­la en cada etapa el be­ne­fi­cio adi­cio­nal de no mi­ti­gar hoy una to­ne­la­da de CO2, con el daño mar­gi­nal que cau­sa­rá esta to­ne­la­da en el fu­tu­ro al in­cre­men­tar el ca­len­ta­mien­to de la Tie­rra. Este costo so­cial del car­bono se ex­pre­sa en dó­la­res ame­ri­ca­nos por to­ne­la­da de car­bono emi­ti­da (USD/tC), o bien, en su equi­va­len­te, en dó­la­res ame­ri­ca­nos por to­ne­la­da de CO2 emi­ti­da (USD/tCO2).

Figura 1. Beneficio social y costo marginal de abatir carbonoFi­gu­ra 1. Be­ne­fi­cio so­cial y costo mar­gi­nal de aba­tir car­bono.

La Fi­gu­ra 1 mues­tra es­que­má­ti­ca­men­te este punto. De un lado, el be­ne­fi­cio mar­gi­nal de mi­ti­gar es evi­tar el daño mar­gi­nal cau­sa­do por el CO2. Como suele ser el caso, mien­tras más se mi­ti­ga menor es el be­ne­fi­cio de mi­ti­gar una to­ne­la­da más. Al mismo tiem­po, el costo mar­gi­nal de mi­ti­gar emi­sio­nes es even­tual­men­te cre­cien­te. La po­lí­ti­ca óp­ti­ma se en­cuen­tra donde se in­ter­sec­tan las dos cur­vas y la mi­ti­ga­ción efi­cien­te es móptimo.

 

Es­ti­ma­cio­nes del daño mar­gi­nal que cau­san las emi­sio­nes de car­bono

 

Exis­ten dos ma­ne­ras para es­ti­mar el daño mar­gi­nal que cau­san las emi­sio­nes de car­bono. La pri­me­ra con­sis­te en es­ti­mar el daño eco­nó­mi­co cau­sa­do por la emi­sión de una to­ne­la­da adi­cio­nal de CO2, en un pre­de­fi­ni­do es­ce­na­rio base, el cual nor­mal­men­te co­rres­pon­de al in­for­ma­do por el IPCC en al­guno de sus in­for­mes. La otra, es a tra­vés de los mo­de­los de eva­lua­ción in­te­gra­da, que su­po­nen que la po­lí­ti­ca de mi­ti­ga­ción es óp­ti­ma ̶ ̶ en otras pa­la­bras, es­ti­man la in­ter­sec­ción de las dos cur­vas en la Fi­gu­ra 1. De acuer­do con Ri­chard Tol, hasta 2010 exis­tían 311 es­ti­ma­cio­nes en 61 di­fe­ren­tes es­tu­dios del costo so­cial del car­bono o del CO2. La mag­ni­tud del daño mar­gi­nal es­ti­ma­do varía mucho, a pesar de que todos los es­tu­dios están ba­sa­dos en ape­nas nueve es­ti­ma­cio­nes del im­pac­to eco­nó­mi­co total del cam­bio cli­má­ti­co y que 238 de las 311 es­ti­ma­cio­nes (tres de cada cua­tro) fue­ron he­chas por uno de tres au­to­res, Ri­chard Tol (184), Chris Hope (77) o Wi­lliam Nord­haus (12).

 

El costo so­cial de emi­tir car­bono en la forma de CO2 hoy debe en­ten­der­se como el daño fu­tu­ro que pro­du­ce la to­ne­la­da emi­ti­da y no mi­ti­ga­da.

 

Para dar cuen­ta de esta in­cer­ti­dum­bre, Tol (2011) le ajus­tó a las 311 es­ti­ma­cio­nes una dis­tri­bu­ción Fis­her-Tip­pett. La media del daño mar­gi­nal es USD 48/tCO2, con una des­via­ción es­tán­dar USD 65/tCO2 y una moda (valor más fre­cuen­te) de USD 13/tCO2. Más im­por­tan­te, mien­tras menor sea la tasa de pre­fe­ren­cia in­ter­tem­po­ral (la tasa usada para des­con­tar el fu­tu­ro), mayor el costo so­cial del CO2es­ti­ma­do De ahí que si la tasa de pre­fe­ren­cia in­ter­tem­po­ral es 3%, la media de la dis­tri­bu­ción es USD 5/tCO2 (des­via­ción es­tán­dar de USD 5/tCO2); se in­cre­men­ta a $23/tCO2 (des­via­ción es­tán­dar de $25/tCO2) cuan­do la tasa es 1% y a USD 75/tCO2 (des­via­ción es­tán­dar de USD 70/tCO2) cuan­do la tasa es 0%.

 

Como sea, el costo so­cial de emi­tir car­bono en la forma de CO2 hoy debe en­ten­der­se como el daño fu­tu­ro que pro­du­ce la to­ne­la­da emi­ti­da y no mi­ti­ga­da, y en la de­fi­ni­ción de po­lí­ti­cas cli­má­ti­cas tiene sen­ti­do bajo un con­tex­to de un acuer­do mun­dial de mi­ti­ga­ción de emi­sio­nes y una ruta óp­ti­ma de mi­ti­ga­ción que in­vo­lu­cra a todos los paí­ses. Este hecho, fre­cuen­te­men­te ig­no­ra­do, es in­dis­pen­sa­ble para en­ten­der qué sig­ni­fi­can las es­ti­ma­cio­nes del costo so­cial del car­bono.

 

El pre­cio del car­bono

 

Para mi­ti­gar el cam­bio cli­má­ti­co se re­quie­re aba­tir emi­sio­nes de car­bono o cam­biar a fuen­tes de ener­gía de bajas emi­sio­nes de car­bono, por ejem­plo fuen­tes re­no­va­bles, gas na­tu­ral o ener­gía nu­clear; en la Fi­gu­ra 1, esas op­cio­nes se cap­tu­ran con la curva de costo mar­gi­nal de mi­ti­gar car­bono. Pero, ¿cómo se puede in­du­cir a la gente para que haga este cam­bio y pre­fie­ra tec­no­lo­gías menos in­ten­si­vas en car­bono?

 

La po­lí­ti­ca óp­ti­ma que ba­lan­cea apro­pia­da­men­te cos­tos y be­ne­fi­cios es que el pre­cio in­ter­na­cio­nal del car­bono o car­bon tax sea exac­ta­men­te igual al daño mar­gi­nal del car­bono.

 

Una forma es im­po­nien­do lí­mi­tes a las emi­sio­nes de car­bono, com­ple­men­tán­do­lo con la transac­ción libre de per­mi­sos de emi­sión, me­ca­nis­mo que tam­bién re­ci­be el nom­bre de cap and trade o per­mi­sos tran­sa­bles. Sin em­bar­go, la ex­pe­rien­cia su­gie­re que es más efi­caz im­po­ner­le un pre­cio a las emi­sio­nes de car­bono, ocar­bon tax. ¿Pero qué pre­cio po­ner­le a las emi­sio­nes de car­bono? Un pre­cio muy alto in­du­ci­ría un cam­bio ma­si­vo hacia fuen­tes que emi­ten poco o nin­gún car­bono, pero le im­pon­dría un costo muy alto a la ac­tual ge­ne­ra­ción. En cam­bio, un pre­cio muy bajo no pro­du­ci­rá mayor efec­to y le im­pon­dría un alto costo a las ge­ne­ra­cio­nes fu­tu­ras quie­nes su­fri­rán los efec­tos del cam­bio cli­má­ti­co.

 

Las es­ti­ma­cio­nes del daño mar­gi­nal del car­bono, o el costo so­cial del car­bono, son un in­gre­dien­te esen­cial en cual­quier po­lí­ti­ca cli­má­ti­ca efi­cien­te. Su­po­nien­do que se logra un acuer­do glo­bal de mi­ti­ga­ción, la po­lí­ti­ca óp­ti­ma que ba­lan­cea apro­pia­da­men­te cos­tos y be­ne­fi­cios es que el pre­cio in­ter­na­cio­nal del car­bono o car­bon taxsea exac­ta­men­te igual al daño mar­gi­nal del car­bono ̶ ̶ póptimo que es el pre­cio que se de­du­ce de la in­ter­sec­ción de las dos cur­vas en la Fi­gu­ra 1 ̶ ̶ . En este caso el pre­cio del car­bono o car­bon tax es el im­pues­to pi­gou­viano, que obli­ga a in­ter­na­li­zar todos los cos­tos so­cia­les. La fi­na­li­dad de este im­pues­to es trans­mi­tir­le a cada fuen­te con­ta­mi­nan­te que debe mi­ti­gar mien­tras el costo de ha­cer­lo sea menor que el daño mar­gi­nal que pro­du­ce para las ge­ne­ra­cio­nes fu­tu­ras; en caso con­tra­rio, es mejor que emita y pague el im­pues­to.

 

Sin em­bar­go, si se adop­ta un pro­gra­ma par­cial que, como el Acuer­do de Kioto, no in­vo­lu­cra a todos los paí­ses, no exis­ti­rá un solo pre­cio in­ter­na­cio­nal. De un lado, el pre­cio de las emi­sio­nes de car­bono en los paí­ses que no for­man parte del Anexo 1 será cero ̶ ̶ esos paí­ses no se com­pro­me­ten a dis­mi­nuir emi­sio­nes. Por el con­tra­rio, en los paí­ses del Anexo 1, el pre­cio del car­bono será igual al costo mar­gi­nal de mi­ti­ga­ción, el pre­cio de los cer­ti­fi­ca­dos de re­duc­ción de emi­sio­nes (pcer en la Fi­gu­ra 1). Uno de los pro­ble­mas cuan­do hay más de un pre­cio es que, si el pre­cio del car­bono es su­fi­cien­te­men­te alto en los paí­ses del Anexo 1, es pro­ba­ble que buena parte de la pro­duc­ción de las in­dus­trias afec­ta­das sea sus­ti­tui­da por au­men­tos de la pro­duc­ción y de las emi­sio­nes de paí­ses en donde el pre­cio del car­bono es cero ̶ ̶ el así lla­ma­do efec­to sus­ti­tu­ción o car­bon lea­ka­ge. En ese caso la po­lí­ti­ca am­bien­tal es cos­to­sa (des­pla­za la pro­duc­ción desde paí­ses más ba­ra­tos hacia paí­ses más caros) e in­efi­caz, pues las emi­sio­nes glo­ba­les de CO2 no dis­mi­nu­yen5.

 

Al otro ex­tre­mo, si el Es­ta­do le fija un pre­cio al car­bono o car­bon tax, pChile en la fi­gu­ra 1, in­fe­rior al costo mar­gi­nal mí­ni­mo de mi­ti­ga­ción (como pa­re­ce ser el caso del im­pues­to que pro­po­ne la pre­si­den­ta Ba­che­let), pmínimo en la fi­gu­ra 1, no habrá mi­ti­ga­ción, pero el costo va­ria­ble de los pro­ce­sos in­dus­tria­les se in­cre­men­ta­rá en el valor del car­bon tax.6 Es cier­to que el Es­ta­do au­men­ta su re­cau­da­ción de im­pues­tos, pero lo hace in­tro­du­cien­do un im­pues­to dis­tor­sio­na­dor que no co­rri­ge ex­ter­na­li­da­des am­bien­ta­les y que le im­po­ne un costo so­cial neto a la eco­no­mía local y mun­dial.

 

El im­pues­to chi­leno de USD5/ton CO2

 

El im­pues­to chi­leno no sólo tiene un costo neto para los chi­le­nos; tam­bién es un sub­si­dio am­bien­tal­men­te in­efi­caz al resto del mundo.

 

Así las cosas, ¿es apro­pia­do lo que pre­ten­de el go­bierno de la pre­si­den­ta Ba­che­let? El de­fec­to del im­pues­to que quie­re co­brar el go­bierno es que, como se dijo, una meta de re­duc­ción de emi­sio­nes de car­bono tiene sen­ti­do sólo en la me­di­da que pre­via­men­te haya un acuer­do glo­bal y vin­cu­lan­te de dis­mi­nu­ción de emi­sio­nes de GEI. Como ese acuer­do no exis­te aún y por el mo­men­to el resto del mundo con­ti­nua­rá emi­tien­do y en la ma­yo­ría de los paí­ses el pre­cio del car­bono es cero, el im­pues­to chi­leno caerá en una de las dos ca­te­go­rías ya dis­cu­ti­das. Por lo mismo, el im­pues­to chi­leno no sólo tiene un costo neto para los chi­le­nos; tam­bién es un sub­si­dio am­bien­tal­men­te in­efi­caz al resto del mundo.

 


Es en las Na­cio­nes Uni­das en donde la ac­tual ge­ne­ra­ción debe de­fi­nir cuán­to bie­nes­tar está dis­pues­ta a sa­cri­fi­car para le­gar­le mayor bie­nes­tar a las fu­tu­ras ge­ne­ra­cio­nes, lo que se con­cre­ta en la de­fi­ni­ción de la po­lí­ti­ca de mi­ti­ga­ción y su co­rres­pon­dien­te im­pues­to pi­gou­viano al car­bono, o car­bon tax. Sólo en­ton­ces de­be­ría­mos pen­sar en un im­pues­to local a las emi­sio­nes de car­bono.

 

Notas

 


  1. El Panel In­ter­gu­ber­na­men­tal de Ex­per­tos sobre el Cam­bio Cli­má­ti­co (IPCC), fue es­ta­ble­ci­do con­jun­ta­men­te por la Or­ga­ni­za­ción Me­teo­ro­ló­gi­ca Mun­dial (OMM) y el Pro­gra­ma de las Na­cio­nes Uni­das para el Medio Am­bien­te (PNUMA) en 1988. Sus man­da­tos son ana­li­zar, eva­luar las con­se­cuen­cias me­dioam­bien­ta­les y so­cio­eco­nó­mi­cas del cam­bio cli­má­ti­co y for­mu­lar es­tra­te­gias rea­lis­tas para de­te­ner­lo. 
  2. El car­bono es el GEI más im­por­tan­te, res­pon­sa­ble del 77% del efec­to in­ver­na­de­ro (EI). El car­bono pro­vie­ne prin­ci­pal­men­te de la com­bus­tión de pe­tró­leo, car­bón y gas; y se con­cen­tra en la at­mós­fe­ra en forma de CO2. La tala de bo­ques tam­bién au­men­ta el CO2 en la at­mós­fe­ra de­bi­do a que los ár­bo­les son un re­ser­vo­rio na­tu­ral de este gas. Los res­tan­tes GEI son: el me­tano (CH4) que pro­vie­ne prin­ci­pal­men­te de la agri­cul­tu­ra y de los desechos y es res­pon­sa­ble del 14% del EI; el óxido ni­tro­so (N2O) que pro­vie­ne de los fer­ti­li­zan­tes y causa el 8% del EI; y, por úl­ti­mo, los gases F ̶ hi­dro­flu­ro­car­bo­nos (HFCs), per­fluo­ro­car­bo­nos (PCFs), he­xa­fluo­ru­ro de az­zu­fre (SF6)y ha­lo­car­bu­ros ̶ que pro­vie­nen de la re­fri­ge­ra­ción y del aire acon­di­cio­na­do y re­pre­sen­tan al­re­de­dor del 1% del EI. Por sim­pli­ci­dad todos los GEI se trans­for­man a to­ne­la­das de CO2 equi­va­len­te (tCO2e). 
  3. Pocos es­tu­dios ad­vier­ten sobre la di­fe­ren­cia entre car­bono (C) y CO2 y al­gu­nos los con­fun­den. Romm ex­pli­ca la di­fe­ren­cia (la tra­duc­ción es nues­tra): “La frac­ción de car­bono en el CO2 es la razón de sus pesos. El peso ató­mi­co del car­bono es 12 uni­da­des de masa ató­mi­ca, mien­tras que el peso del CO2 es 44, por­que in­clu­ye dos áto­mos de oxí­geno y cada uno pesa 16. Así, para cam­biar desde uno al otro, use la fór­mu­la: una to­ne­la­da de car­bono es equi­va­len­te a 44/12=11/3=3,67 to­ne­la­das de CO2. Por eso, 11 to­ne­la­das de CO2 son equi­va­len­tes a tres to­ne­la­das de car­bono y un pre­cio de USD 30 por to­ne­la­da deCO2 es equi­va­len­te a un pre­cio de USD 110 por to­ne­la­da de car­bono”. 
  4. Los mo­de­los compu­tacio­na­les in­te­gra­dos re­suel­ven este pro­ble­ma de op­ti­mi­za­ción me­dian­te pro­gra­ma­ción di­ná­mi­ca es­to­cás­ti­ca. El pro­ble­ma se di­vi­de en eta­pas de 10 a 15 años co­nec­ta­das su­ce­si­va­men­te me­dian­te va­ria­bles de es­ta­do. De este modo, un mo­de­lo in­te­gra­do del cam­bio cli­má­ti­co es una mo­de­lo compu­tacio­nal que in­te­gra mul­ti-ecua­cio­nes que re­la­cio­nan el cre­ci­mien­to eco­nó­mi­co glo­bal con la di­ná­mi­ca del clima, y de este modo in­cluir el im­pac­to eco­nó­mi­co del ca­len­ta­mien­to glo­bal. 
  5. Esta si­tua­ción ya fue ad­ver­ti­da por la in­dus­tria in­gle­sa y ale­ma­na, quie­nes pro­po­nen eli­mi­nar tales im­pues­tos. Lo mismo en Aus­tra­lia, donde el go­bierno de­ro­ga­rá el car­bon-tax en julio. 
  6. Al­gu­nos es­tu­dios se­ña­lan que la efi­cien­cia ener­gé­ti­ca pre­sen­ta­ría un costo mar­gi­nal de mi­ti­ga­ción ne­ga­ti­vo, es decir, la ac­ción de re­du­cir emi­sio­nes de CO2 con­su­mien­do menos ener­gía cau­sa­ría un be­ne­fi­cio, co­rres­pon­dien­te al menor costo por la ener­gía no con­su­mi­da, el cual, sería su­pe­rior a su costo, con­sis­ten­te en la in­ver­sión en equi­pos más efi­cien­tes. Sin em­bar­go, los de­trac­to­res de estos cos­tos ne­ga­ti­vos de mi­ti­ga­ción, ar­gu­men­tan que aún no exis­te su­fi­cien­te evi­den­cia res­pec­to de la efi­ca­cia y los reales cos­tos de estas me­di­das de efi­cien­cia. 

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